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Guionista y creativo freelance. Lleva desde 2005 trabajando en televisión y desde 2010 en el ámbito del Branded Content y la comunicación de marca.
El panorama de la TV de pago y los servicios on demand (vía cable o streaming) al fin está despegando en España. Con el desembarco de Netflix a finales del año pasado, el comienzo de la producción propia de series anunciado por el gigante nacional Movistar + y la reciente noticia de que seremos el primer país del centro y sur de Europa en que HBO opere, nuestro mercado comienza a acercarse al nivel del anglosajón o el escandinavo. Y a padecer sus mismos males.
Tendremos nuevos escenarios de batalla donde contendientes hasta ahora desconocidos puedan pelear, cierto… Sin embargo la guerra es la misma de siempre: lograr la supremacía en el sector. Y como en toda contienda tiene que haber un perdedor, en este caso parece que le ha tocado al espectador, obligado a elegir entre los contenidos de unas u otras plataformas y a renunciar a series y programas si no quiere ver cómo se le descuadra el presupuesto por pagar a final de mes tres suscripciones distintas.
Nosotros, pobres televidentes, que durante décadas hemos sufrido los dictatoriales designios de las cadenas de TV: siendo víctimas de una contraprogramación inmisericorde que decidía echar a pelear un prime time sí y otro también a nuestras dos series o programas favoritos, obligándonos a sacrificar uno de ellos cual virginal muchacha azteca en la cúspide de una pirámide escalonada, con la esperanza de aplacar así las iras de los dioses catódicos.
Nosotros, ilusos espectadores, que creímos conquistada la libertad de elección con la llegada de estas nuevas plataformas de vídeo que se dedicaban a comprar catálogo de todas las majors y ofrecerlos a precios asequibles.
Nosotros, desencantado público, que hemos visto cómo estos mesías del acceso libre a los contenidos se lanzaban a producir sus propios formatos para engancharnos a ellos y asegurarse que siempre estaremos ahí; igual que hace el traficante con el yonqui a quien vende su droga.
Ante este paradójico escenario no puedo dejar de fijarme en el funcionamiento de otros sectores y añorar que el audiovisual no sea como, por ejemplo, la moda. Un mundo en el que a Versace, Armani o Hugo Boss no se les ocurre vender sus productos únicamente en sus boutiques sino que lo ponen a disposición de tiendas multimarca y grandes almacenes para que el comprador pueda acceder a ellos de forma cómoda y en cuantos más puntos de venta mejor. Los acuerdos comerciales, porcentajes de venta y demás cuestiones son, nunca mejor dicho, las costuras del traje; el usuario final ni los ve ni le interesan.
Así que nosotros, esperanzada audiencia, seguiremos esperando la auténtica revolución: que los agentes del sector piensen más en mimar a sus usuarios que destruir a la competencia y opten por dejar de ser exclusivas boutiques para transformarse en atractivas tiendas multimarca.
Publicado en : Video on Demand
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